En defensa del hedonismo comunista
Santiago Alba Rico me lo presenta en este texto que os recomiendo:
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=55994
Como adelanto, su
EPITAFIO
Mi entierro ha sido emocionante
no han asistido las autoridades,
puesto que yo no tengo nombre
o, por decirlo con mayor precisión,
es mi nombre quien no tiene yo.
El viento, sin embargo, hizo acto
de presencia y le voló el gorro
a una anciana que limpiaba la tumba
de al lado con un trapo triste.
Mis hijos derramaron algunas
lágrimas, y a su madre, años
ha allí, quizás no le agradó el reencuentro,
pues el caso es que siempre tuvo
muchísimas cosas que reprocharme:
mis mentiras y mis verdades,
mi inmadurez, mi ignorancia de eso que es,
dicen, la vida, mi pedante
manía de intentar cambiar el mundo
con palabras y melodías,
y lo que es infinitamente peor:
ni por asomo conseguirlo.
Mi último pensamiento, ¿sabes?
fue tu forma en el sofá de la sala,
la atroz justicia de tu falda,
la adolescente furia de tus medias,
inciertas como el relámpago,
rehenes del Gran Turco de mis ojos,
que no ofrece rescate alguno.
Pero también pensé en esos locales
que tú y yo a veces frecuentamos,
recién abiertos, fríos, desolados,
impromtus de mi inconfesa sed
de tocar tu bufanda, tus zapatos,
la lluvia que en tus cejas tiembla,
el viento que tu pelo desordena,
el vivo compás de tus pasos
por las aceras secas o mojadas,
los colores de tu silencio,
el hiriente relumbre de tu sombra,
la indemne tristeza de tu voz.
¡Oh fingida inocencia, la de un café
con leche enfriándose, lento,
sobre el mostrador de piedra pálida
mientras, herida, te escucho hablar
de tu pasión eterna por un nombre
que no es el mío, aunque lo sea,
o del chico que canta muy bien tangos,
o el célebre escritor que admiras,
o el guapísimo violinista armenio!
¡Oh el espejo secreto de tus dedos,
finos y largos, que sin querer
tejen mi tiempo y sin piedad me instruyen
en la ciencia exacta del horror
de saber que, si no estás, ya nada es,
nada nunca empieza ni acaba,
canalla ontología del vacío,
agónica cosmología,
sin agua ni fuego, sin tierra ni aire,
huérfana de átomos y dioses,
pues que el ser, propiamente dicho,
sólo es la gracia intacta de tu talle,
la tiniebla de tu sonrisa,
la procaz castidad de tus rodillas,
los avatares de tu escote,
la burla o seriedad de tu palabra!
Ciencia cruel como ninguna,
jamás harta de ponerme en mi sitio,
aunque no impidan los desmanes
que contigo, en tu ausencia, me permito.
pero tú me comprendes ¿verdad?
Y me perdonas. O acaso no. Mejor
así, quién sabe, tú eres docta
en el viejo arte de sobrevivir
(es tu palabra predilecta)
mientras que a mí, que estoy ya desvivido,
sólo sobrevivir me queda.
¡Qué rabia, sí, eso de haberme muerto,
ahora que andaba, como siempre,
alerta en el impredecible y fugaz
deslumbre de tu epifanía
maleva y diurna, que traviste el alba,
que trueca la mañana en noche,
la luz en ardiente sombra cerrada!
Pero báilame, amor, al menos,
un zapateado sobre mi tumba.
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